Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

4 страница из 30

—Somos todo oído —dijo.

⚝⚝⚝

Cada vez que me interpelaba un tipo con turbante, mi vida daba un vuelco. De la vez anterior, estaba por cumplirse un año y, como recuerdo, me había quedado, indeleble, una marca púrpura, en forma de medialuna, que me cruzaba la nuca. El día había comenzado temprano, como siempre. A las siete de la mañana, estaba parado en la esquina de Broadway y Liberty, en la parte sur de Manhattan, delante de lo que me había parecido una disquería, contemplando una serie de retratos de Marilyn exhibidos en la vidriera. Es increíble cómo al mirar a esa chica uno no puede sustraerse de pensar que debajo de la ropa está desnuda. Cuando iba por la foto dieciocho, en mi cerebro empezó a resonar una frase que había leído en un sobrecito de café: «Pierde una hora por la mañana y la estarás buscando todo el día». Así que me puse en marcha. Seguí por Liberty y, al llegar al cruce con Church Street, desenrollé la manta y desplegué los sahumerios. En esa zona había turistas a toda hora y, durante el verano, me gustaba arrancar temprano para hacer un break a la hora del calor. Bajé la cabeza para encender un cigarrillo y, cuando la levanté, me encontré con una especie de santurrón en desgracia. El hombre estaba vestido de blanco, tenía un turbante a cuadros en la cabeza y una barba desgreñada hasta el pecho. Me pidió siete sahumerios.

Правообладателям