Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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—Sentate, pajarito —me ordenó el del turbante.

La pieza estaba iluminada por un tubo fluorescente que pendía, por lo menos, cuatro metros sobre nuestras cabezas. Si lo hubieran apagado, la visión general se habría beneficiado.

—¿Así que vos sos Reduro Insfrán? —me dijo el que me apuntaba a la cabeza.

—Me parece que hay un malentendido —arriesgué.

—Un malentendido —repitió el único que hasta ese momento no había abierto la boca. A lo que usó para hablar sería una exageración denominarlo voz. En la mejilla izquierda tenía una cicatriz con forma de caballito de mar.

—En realidad, estoy buscando a Miguela —dije.

—A Miguela —repitió el de la cicatriz.

—Tengo una deuda con ella y…

—Una deuda con ella —volvió a interrumpirme. Parecía solazarse repitiendo las últimas palabras de cada frase que yo pronunciaba. Busqué con la mirada a la vieja. Estaba en un rincón, con la vista clavada en un plato hondo.

—Ahora nos vas a contar quién sos y qué carajo estás haciendo acá —terció el del turbante. El que me encañonaba amartilló el arma.

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