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⚝⚝⚝

Los vaivenes en la disposición mental de las criaturas son insondables. Hacía al menos cuatro meses que Clarita me veía conversar un rato cada tarde con la vendedora de globos y nunca había prestado la menor atención a ninguna de las figuras. Sin embargo, una tarde se le antojó un Winnie Pooh. Pergeñé las más diversas estrategias de disuasión, pero no hubo caso. Le mostré las palomas, la llevé a ver las flores, la hamaqué media hora. Cuando llegó a la instancia de tirarse al suelo y patalear en el sentido de las agujas del reloj, opté por comprarle la figura. Me agarró sin sencillo.

—Te lo pago mañana —le dije a la chica.

Ella se limitó a enseñarme las dos paletas superiores.

El día siguiente, sobre el final de la tarde, la chica tuvo no sé qué desperfecto con el tubo de helio y me pidió ayuda. Había abierto la válvula para inflar un globo y ya no pudo cerrarla. Examiné un momento el mecanismo y llegué a la conclusión de que tenía averiada la válvula de retención. Eché mano de mi navaja Victorinox, recuerdo de mi paso por Estados Unidos, y le inserté la hoja entre el muelle y el obturador de cierre.

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