Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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—Llevala así hasta el negocio de gas —le indiqué—. No saqués la navaja porque, si no, vas a perder todo el gas. Pediles que te cambien la garrafa.

—Te la devuelvo mañana —dijo, señalando la navaja.

No volvió por la plaza nunca más.

⚝⚝⚝

Una semana más tarde, empezó a llamarme la atención su ausencia. Cualquier cuentapropista sabe cómo es el negocio: el que no trabaja no come. Y, como no era mucho en lo que podía ocupar mi mente, su deserción fue abarcando cada vez más espacio en mis elucubraciones. Hasta que se me ocurrió indagar. Para ser sincero, la motivación tenía que ver con la posibilidad de recuperar mi navaja. La había encontrado entre los escombros el mismo día del atentado y me funcionaba como una especie de amuleto.

El vendedor de pochoclos ni siquiera sabía de quién le estaba hablando. El de los panchos sí sabía, pero ignoraba todo acerca de la chica. No me quedaban demasiadas opciones. El del kiosco tampoco supo suministrarme ningún dato, pero, un par de semanas más tarde, ya avanzado el otoño, a Clarita se le antojó una leche chocolatada.

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