Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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—Antonito, la boca —le reconvino la vieja.

—Disculpe, nona.

Dicho esto, consultó el celular y anunció que todavía faltaban dos horas.

—Narda, poné para hacer mate —le ordenó a la chica de los globos.

⚝⚝⚝

La culpa de todo había sido de Barney, que me había dicho que la chica se llamaba Miguela. La chica resultó ser la hermana de Tony. No pude determinar si la vieja era la madre o la abuela de ambos. El que me apuntó a la cabeza la mayor parte del tiempo se llamaba Arévalo, y al de la cicatriz lo llamaban el Primitivo. En la situación en que me encontraba, tuve resto para pensar con satisfacción que, sin contar a los tres monos que se despatarraban alrededor de la mesa, no le había errado por mucho a la vida que le había imaginado a la chica. A todo esto, llevaba ahí más de una hora y todavía no me habían adelantado de qué iba la cosa. En un momento, se me ocurrió decir que tenía que avisarle a mi mujer que iba a retrasarme un poco para la cena.

—Retrasarme un poco… —repitió el Primitivo, puntual. Y desató la algarabía.

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