Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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—Apagá las luces y dejá el motor prendido.

Bajaron los tres e intercambiaron unas palabras en medio de la huella por la que habíamos llegado. El bolso lo sostenía Arévalo y, a juzgar por la tensión de los brazos, debía pesar sus buenos kilos. Después, Arévalo le pasó el bolso al Primitivo y cruzó para ir a recostarse contra el lateral del rancho de enfrente con la pistola entre las manos. Los otros dos encararon por un pasillo al costado del toldito y desaparecieron en la penumbra.

⚝⚝⚝

Empezaba a aburrirme cuando sonó la primera detonación. Debió haber sido a los diez minutos de haber llegado. El ruido me hizo acordar a uno de esos cohetes que de chicos raspábamos contra el borde de la cajita y dejábamos que nos explotaran entre los dedos. De no ser porque Arévalo cruzó agachado y se ocultó detrás del guardabarros apuntando en dirección al toldito, no le habría prestado la menor atención. Entonces, puse primera y, cuando por detrás de la casilla apareció Tony trastabillando en el barro, encendí las luces. En el tiempo que tardó en acomodarse en el asiento trasero, Arévalo vació dos cargadores.

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