Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

19 страница из 30

—¡Apagá las luces, pelotudo! —me gritó Tony. Por la agitación, deduje que debía de haber corrido un buen trecho. Arévalo se zambulló detrás de Tony, y ahí sí, solté el embrague y salí arando.

⚝⚝⚝

—Manejá normal.

El que habló, esta vez, fue Arévalo. Intenté manejar todo lo normal que se puede en una noche de lluvia a la una de la madrugada en medio de una balacera.

—Nos quisieron mejicanear la guita —informó Tony—. Me la dieron acá los hijos de remil putas.

Arévalo dejó caer un maletín de cuero en el asiento delantero.

—Dejame ver —dijo—. ¿Duele?

—Como la puta madre…

Yo alternaba la atención entre la huella de barro y el maletín, entre el maletín y el espejo retrovisor. Estuve tentado de preguntar por el Primitivo, pero no me pareció el momento.

—Hay mucha sangre —dijo Arévalo—. Habría que parar en un hospital.

—Ni en pedo. Enseguida buchonean a la taquería. Conozco un médico de confianza. ¿Sabés volver, pajarito?

—¿Al Abasto? —pregunté.

—No. A la concha de tu hermana. Sí. Al Abasto, boludo. ¿Adónde va a ser?

Правообладателям