Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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Colauti carga al viejo en la silla de ruedas y lo empuja hacia el baño. Una vez frente a la puerta, vuelve a cargarlo para sentarlo sobre el inodoro. Después, regresa a la cocina, controla con un dedo la temperatura del agua y decide que le faltan otros dos minutos. Mira por la ventana. Lo de siempre. La calle allá abajo, la alternancia de los semáforos, el cuadrado que trazan las sendas peatonales en la esquina. Espera hasta que el viejo lo llama. Entonces, retira el jarrito del fuego y regresa al baño, tira la cadena y acomoda otra vez al padre en la silla. Le enjabona la cara, lo afeita, le pasa el peine y le salpica el pelo con un poco de colonia. El viejo se deja hacer. Por fin, Colauti lo empuja hacia la mesa. Le sirve el desayuno, busca el alcohol bajo la mesada y vuelve al comedor. Junto al ventanal, descubre la maceta que la noche anterior le regaló Ingrid por su cumpleaños. Un malvón rojo y enhiesto que, desde su punto de vista, trasunta una vitalidad desmesurada por tratarse de un vegetal. Desde el día anterior, tiene cincuenta años y se siente como si hubiera ingresado en una dimensión temporal inaudita. Imagina que ese tipo de sugestiones se sustentan en algo concreto, en una realidad que, por fuerza, debe de colarse por los márgenes y expandirse sin que él lo advierta.

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