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Regresa con la bolsa colgada de una mano. Anochece, un final que parece un principio. Envuelto en ese parpadeo, se acuerda de su padre junto al ventanal y apura el paso. Si hay algo que lo pone de mal humor es llegar a su casa y escuchar a su padre preguntarle por qué demoró tanto.

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Al día siguiente, como cada mañana, lo primero que hace es mirar en dirección al catre de su padre. Duerme rígido bajo las mantas, de cara a la pared. En el baño, por costumbre, mantiene abierta la ducha mientras se afeita. Hace tiempo que no tienen gas, pero igual, antes de entrar en la bañera, tantea la lluvia para verificar la temperatura del agua. Sale helada. Arma en su cabeza algo por el estilo de lo que no me mata me hace fuerte y se mete debajo. Frota brazos y piernas con energía y se enjabona la cabeza. Se enjuaga como si estuviera soñando que se pelea, revolviéndose a los gritos. La toalla termina por restituir a su cuerpo algo de temperatura.

Sale al comedor. El viejo, en su cama, ya está quejándose.

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