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Es sábado. Concluye la limpieza de los vidrios y acomoda a su padre al bies del ventanal, perpendicular a la esquina más próxima. Es la ubicación que prefiere. Hay nubes que el viento alarga por sobre los edificios y Colauti se propone distinguir cosas en ellas: un barco a vela, una mujer desnuda, un ave con las alas desplegadas. Después va hasta la cocina, toma una pastilla blanca del pastillero y se la lleva al viejo junto con el vaso. El viejo la toma entre dos dedos.

—¿Te pagaron? —pregunta.

—No, papá. 22 es el martes.

El viejo compone un rictus de disgusto.

—¿No era que habías ido al banco ayer? —insiste.

—No. Ayer fui a la empresa de electricidad. ¿Se acuerda que le dije que nos hicieron un plan de pago?

—Total… No sé cómo vamos a hacer para pagarlo.

—Si consigo el repuesto para la moto, puedo volver a enganchar algún reparto.

—Ese cachivache trae más problemas que otra cosa.

—Es lo que hay.

—Antes, con mi jubilación alcanzaba.

—Son casi las nueve —corta Colauti—. Tome la pastilla que, si no, se le junta con el almuerzo.

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