Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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Cuando se terminó la tierra, tomé por Vélez Sarsfield hacia el norte. La lluvia había amainado y manejaba por el carril de la derecha a no más de cuarenta. La avenida parecía transpirada y el impacto lumínico fue como entrar en un shopping.

—Así, pajarito. Seguí así que vas joya —me dijo Arévalo. Por el retrovisor, vi que iba inclinado encima de Tony sujetándole el brazo con las dos manos.

—Aguantá que, cuando lleguemos, te hago un torniquete —le dijo.

Acabábamos de pasar Suárez. Frente a la parrillita de la esquina, todavía había un par de camiones estacionados y adentro se veía luz. Me acordé de que estaba sin cenar y se me hizo agua la boca.

⚝⚝⚝

Mi prima la Gorda vive a tres cuadras de Amancio Alcorta y Vélez Sarsfield. Así que conocía la zona bastante bien. Sabía que, a dos cuadras de Caseros, delante de la plazoleta, está la seccional 28. Cien metros antes disminuí la marcha y miré por el retrovisor: parecían una parejita en el autocine. En la puerta de la comisaría había dos policías conversando y uno de consigna unos metros más allá. Pasamos por adelante a paso de hombre. Calculé llegar al semáforo justo cuando cambiara a rojo. Frené pegado al cordón. En un solo movimiento, tomé el maletín, saqué las llaves y abrí la puerta. Rodeé el auto y subí a la vereda. No alcancé a comprender lo que me gritaron desde el interior.

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