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Cabe recordar que Erasmus y Robert, estudiaron en la universidad de Edimburgo en la capital de Escocia. Desde que Robert se convirtió en un médico, trabajó como doctor local y ya nunca dejo esa profesión, más bien creo de ella un estilo muy propio y destacado. Prontamente alcanzó notoriedad, pues tenía una habilidad superior que le haría famoso: diagnosticar en forma temprana una enfermedad. Podía indicarle a un paciente cuánto duraría su malestar y si tenía cura o no. Esa especialidad era la primera y la más esencial razón del porque la gente le consultaba. Después se entraba en el proceso, a veces más largo, de la curación de los enfermos.

En el siglo XIX había poca disponibilidad de drogas en el mundo de la medicina, con excepción del opio y la morfina, que servían para calmar los dolores y para distraer los nervios antes de una intervención quirúrgica. Al doctor Robert Darwin no le gustaba la práctica común del desangramiento o la de purgar la sangre, practica que en esos tiempos era muy utilizada para bajar la presión o la fiebre de los pacientes. Irónicamente, Robert Darwin no toleraba ver sangre, tema que heredó posteriormente su hijo Charles. Ambos evitaban lo que llamaban “la bárbara intervención del desangramiento”. Robert Darwin recurrió a métodos orientados al sentimiento humano y más próximos a la mente, es decir cercanos a la psicología y a la psiquiatría. Escuchaba a sus pacientes cuando le contaban sus malestares, analizaba la forma en que movían sus manos, las expresiones de sus caras y el tono de sus voces: todo eso era necesario para iniciar el proceso de diagnóstico, junto a detalladas fichas clínicas.

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