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A medida que avancemos, encontraremos que la mayoría de las «leyes» de la teoría económica pura pueden verse desde este punto de vista. La economía pura muchas veces se saca conejos de la chistera y plantea proposiciones aparentemente a priori que se refieren aparentemente a la realidad. Es fascinante intentar descubrir cómo se metieron ahí los conejos, porque los que no creemos en la magia estamos convencidos de que de alguna manera consiguieron esconderse en el bombín. Por mi parte, he llegado a convencerme de que entran ahí de dos modos. Una es a través del supuesto que se hace al comienzo de todo argumento económico de que las cosas que se tratan en la argumentación son las únicas que deben tenerse en cuenta en cualquier problema práctico. (Este es siempre un supuesto peligroso, y casi siempre es más o menos erróneo, razón por la cual la aplicación de la teoría económica resulta delicada). Eso nos señala gran parte del camino, pero no todo él. El otro supuesto es el que acabamos de aislar, el supuesto de que pueden despreciarse los desvíos de la curva, que el sistema de necesidades (y también, como veremos más adelante, el sistema productivo) tiene un grado suficiente de regularidad para que cualquier conjunto de cantidades cercanas a aquellas que nos interesan sea una posición de equilibrio posible en algún sistema de precios. Una vez más, este supuesto puede ser equivocado, pero siendo el supuesto más simple posible, es un buen supuesto de partida, y de hecho parece que está bastante de acuerdo con la experiencia.

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