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Es razonable pensar que obstáculos de esta naturaleza puedan incrementarse a medida que se produzca una mayor ocupación del territorio (sea suelo en sentido estricto, subsuelo o vuelo, sea espacio marítimo) para su implantación y generación, así como posteriormente para su distribución, transporte, almacenamiento. Máxime teniendo en cuenta que dichos sistemas se combinan y/o compatibilizan, de momento, con aquellos a los que deben sustituir. Esto es, hay razones objetivas sólidas al respecto para sostener que estos nuevos objetivos van a incrementar, en general, la problemática inherente o asociada a estas instalaciones, en especial a las dos más desarrolladas y productivas. Los espacios más idóneos se van reduciendo, en especial para las eólicas (que son las más productivas y/o rentables, según entiendo), y en otros casos, los mismos espacios pueden ser reaprovechados para incrementar las afecciones, por ejemplo, visuales, preexistentes.
Recordamos que los objetivos mínimos nacionales para el año 2030, fijados en el art. 3 de la LCCTE son: i) alcanzar una penetración de esas energías en el consumo de energía final de, al menos, un 42%, y ii) alcanzar un sistema eléctrico con, al menos, un 74% de generación a partir de dichas energías, con la ambición de lograr antes de 2050 y, “en todo caso, en el más corto plazo posible”, alcanzar la neutralidad climática y que el sistema eléctrico se base, exclusivamente, en fuentes de energía renovablessss1.