Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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Mientras tanto, yo asistía callado, pero deseando decir que hacía tres semanas que un compañero de despacho había pasado para fotocopiar el expediente. En esto entra en sala el agente judicial con el libro de entrega de expedientes señalando que sólo por mi parte se había recogido devolviéndolo al día siguiente, mientras yo sacaba pecho como dando a entender que el expediente no avisa de su llegada, pero nosotros nos preocupamos por saber cuándo llega al juzgado.

En esto surge el momento fatídico en el que el juez pregunta: “¿entonces qué, suspendemos”? Los otros dos abogados miramos inquisitivamente a nuestro colega que timorato acierta a decir: “casi mejor, porque es posible que viendo el expediente desista del recurso”. En ese momento es cuando uno cambiaría la toga por un disfraz de Fredddy Krueger, pero el verbo desistir produjo en mí un efecto tranquilizador, asintiendo a continuación a la petición del compañero.

A la salida me tomé la licencia de dedicarle una contenida admonición al causante de mi media mañana perdida por no haber avisado antes de esa circunstancia, quien ya liberado de la presencia del juez se justificó con lo mal que funcionaba el juzgado. Vivir para ver.

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