Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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Cuando rodeado de kleenex y con la botella de agua a mano intento retomar una demanda inacabada de hace unos días, aparece de repente una de esas ventanas en la pantalla del ordenador con mensajes crípticos para los legos en informática, y ante la sospecha de lo peor (nunca estaré curado de este tipo de espantos) llamé al informático del despacho (un tipo curioso, pero no se imaginen al típico hacker con gorrito de lana reconvertido en salvavidas de empresas en apuros), el cual se conecta remotamente a mi ordenador (los tiene todos monitorizados), para soltar la peor exclamación que uno puede escuchar en estos casos: “¡la pucha, tenemos un virus en tu word!” Con pavor le dije: “¡por Dios, salva el documento que tengo abierto que son muchas horas de trabajo!” A lo que él, con la suficiencia de un piloto que toma el mando de un avión con el motor en llamas, empezó a controlar mi ordenador desde el suyo, abriendo y cerrando ventanas ante mi atónita mirada, para finalmente decirme que dejaba guardado el documento pero que me olvidase de trabajar más con mi portátil; quedaba en cuarentena unas horas hasta que eliminase el virus.

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