Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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Al final, poco antes de la una nos toca entrar en la sala de vistas, sin que el juez, aun con tono afable disculpase el retraso, tono que cambió cuando el abogado rezagado que después de tanta espera ya había recuperado el resuello, dijo la siguiente frase que tanto tememos escuchar en esas circunstancias: “Señoría tengo que pedir la suspensión del juicio porque no he tenido ocasión de estudiar el expediente administrativo”. “Cómoooo”, dije para mis adentros, poniendo el juez cara de pensar lo mismo. A lo que añade mi circunspecto colega: “es que pasé ayer por el juzgado y me dijeron que el expediente lo tenía usted Señoría”.

El juez, con gracejo andaluz, dijo algo así como “¿me quiere decir usted que para ver el expediente escogió la víspera del juicio?, ¡lleva el expediente un mes en el juzgado!”.

Casi tartamudeando el aludido acertó a decir: “es que nadie del juzgado me avisó de que había llegado el expediente”. El juez, conteniendo su ira, empezó con ímpetu a pasar las páginas de los autos para reconocer: “¡mal por el juzgado, pero muy mal por usted, hombre!”.

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