Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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El cuerpo me pedía darle una lección de Derecho poniendo en evidencia su ignorancia jurídica. No era complicado y he de reconocer que estuve inspirando en la crítica a su inconsistente recurso. Pero tengo la costumbre que tras redactar un escrito en el ordenador, antes de firmarlo digitalmente lo imprimo en papel (que me perdonen los ecologistas) y lo repaso lápiz en mano (hábito analógico al que no renuncio).

Viendo que la ponía a caer del burro de una forma casi mordaz, me di cuenta que aun respondiendo al trámite procesal con precisión, el escrito así cocido (desde el resentimiento por la traición) era demasiado duro con mi contradictor. Así que empecé a garabatear sobre el borrador del recurso toda suerte de eufemismos y expresiones más amables para, sin perder la intención (que se desestimase el recurso), no hiciera sangre en ese desigual duelo.

Me quedó un escrito elegante, respetuoso e igual de contundente que el original, no exento de cierta ironía que tampoco viene mal para alegrar la lectura a quien luego tiene que resolver. Pero tengo claro que por un exceso verbal, aun justificado, no podemos perder la razón que nos asiste, porque al final lo que hacemos es convertir los intereses de nuestros clientes en excusa para los nuestros. No podemos ser correa de transmisión –sino filtro– de su insatisfacción, ni ellos el ariete de actuaciones que conviertan el duelo procesal en reyerta forense. Porque la esencia de ese combate judicial tiene que ser como la esgrima, elegante pero sin sangre: “touche”.

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