Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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La segunda clienta a la que llamé fue para informarle que la sentencia de gran invalidez de su marido era ya firme al desestimar el tribunal el recurso del INSS, reaccionado ella con disimulada alegría para centrar su relato en los escasos progresos de su marido en la recuperación de un ictus a los 48 años de edad. Creo que mi llamada, aunque agradecida, supuso recordarle el mazazo de cuando se encontró de repente con la dependencia de su marido para muchas de las actividades básicas de la vida diaria. Fue como dándome a entender que la sentencia a pesar del incremento importante de la pensión inicialmente reconocida por el INSS sólo ponía fin a un proceso judicial, pero no a su vía crucis personal y familiar. Le animé y deseé suerte en la recuperación de su esposo.

A la tercera clienta le escribí un lacónico Whatsapp a punto de embarcar en un avión: “has ganado”. Cuando estaba ocupando mi asiento me llamó y me pregunta: “¿en serio Eugenio?” Le expliqué donde me encontraba y que no disponía mucho tiempo, pero suficiente para contarle que el juzgado había declarado nulo su despido al estimar la demanda por discriminación basada en su enfermedad crónica y que además de la readmisión y del abono de los salarios de tramitación, deberían indemnizarla por los daños morales causados. Una sentencia que se hizo esperar cinco meses, muy compleja por lo novedoso del planteamiento y difícil de conseguir porque enfrente teníamos a una gran multinacional. Mi cliente, veterana profesional, poliglota y muy preparada casi al borde del llanto me dijo: “ahora sólo espero que me valoren”. Le recordé lo que ya habíamos comentado en otras ocasiones, que era mejor no volver a la empresa donde le había hecho tanto daño, negociando una generosa indemnización compensatoria que le permitiese abordar nuevos proyectos con cierto desahogo económico. Me contestó: “bueno, ya lo hablaremos, pero ahora sólo quiero darte las gracias, has podido con ellos como David contra Goliat”. Me disculpé con que la azafata ya mandaba apagar los dispositivos electrónicos, aunque realmente era por ocultar mi emoción por su comentario.

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