Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн
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Se recogió en acta los términos del acuerdo y nos despedimos agradeciendo su señoría la actitud de ambos letrados para facilitarle su trabajo, aunque con mirada incluida a mi zona del estrado con inequívoco gesto de aprobación.
Créanme que mi reacción fue espontánea, que no lo dudé ni un instante y que haría lo mismo fueran 200 o 2.000 euros el error de mi contrincante. Quien por cierto no me dio las gracias, creo que más por bochorno que por falta de educación. Pero si yo no hubiese reaccionado así quizás su error frente a sus superiores lo tendría que asumir de su propio bolsillo, o incluso con consecuencias peores.
Trabajamos para ganar, pero no a toda costa. No sé lo que pensaría mi cliente (a quien no pienso contárselo), pero imagino lo que pensó la jueza –su sonrisa le delató–, aunque lo más importante fue mi propia sensación: que eso era actuar de buena fe y que así debería ser siempre.
2 de octubre de 2018
Ojo con la autodefensa
“Quien se defiende así mismo tiene un tonto por cliente y un imbécil por abogado”. Esta frase atribuida a Abraham Lincoln (que fue abogado antes que presidente de EE. UU.) la traigo a colación porque hoy me tocó defenderme a mí mismo. En ocasiones los abogados caemos en el error –quizás inconsciente– de querer desmentir a Lincoln, para terminar experimentando esa sensación (que quizás el malogrado presidente también tuviese) que entremezcla la subjetividad del discurso propio con la cuestionada credibilidad de quien se defiende en primera persona del singular.