Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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El caso surge de una antigua deuda que una compañía de seguros mantenía conmigo al dejar de abonarme cinco facturas de entre otras muchas que sí abonó. No fui abogado de tal aseguradora, sino de sus asegurados, que en su derecho a la libre elección depositaron en mí su confianza para su defensa en unos procesos penales. A pesar de que en 10 años de relación indirecta con esa compañía ninguna condena hubo, por extrañas circunstancias, ni siquiera hoy en juicio bien aclaradas, dejó de abonarme esas facturas por un monto total de más de 20.000 euros.

Judicializada la cuestión por mi parte con una simplicidad en el argumento más propia de un lego en Derecho, aunque con aplastante lógica (si hice el trabajo y además bien debe ser remunerado), los abogados de la compañía esgrimieron un abanico de excepciones que sorteé como pude en base a la doctrina de los actos propios (si antes me pagaste por hacer lo mismo, ahora debes hacerlo también). Pero en mi fuero interno me sentía despojado de mi capacidad técnica de defensa; es como si la subjetividad de la experiencia propia anulase la objetividad del análisis jurídico.

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