Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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La cuarta llamada fue una explosión de júbilo. Cuando hablé con la clienta y le dije que el tribunal había estimado nuestro recurso se puso a gritar eufórica, lanzando algún improperio para la parte contraria que hasta sonaba simpático. Su vida, que dependía de una silla de ruedas hasta la próxima intervención, había dado en esos momentos un giro inesperado, reconfortante además por el reconocimiento del error cometido con ella. Tras relajarse un poco, con su deje mexicano me preguntó: “¿te gusta el tequila?”. Para no contrariarla le hablé del tequila reposado y enseguida me suelta: “¡eso es de pijos!, me refiero al tequila del pueblo, el que beben lo pobres”. “Adelante –le contesté– brindaremos con él, aunque terminemos como unos mariachis”.

Cuatro llamadas distintas pero igualmente gratas, momentos es lo que uno no debe sentirse el mejor abogado del mundo (por el riesgo de que ocurra lo mismo que al que gritó algo parecido en la proa del Titanic), sino afortunado por hacer de su profesión no sólo un digno medio de ganarse la vida sino un modo de ayudar a los demás. El éxito es fugaz, vanagloriarnos de él es la torpe manera de evitar que vuelva. Sigamos trabajando con humildad, hay más clientes esperando.

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