Читать книгу Espiados. Un agente: Marcelo D'Alessio. Un juez: Alejo Ramos Padilla. El poder argentino, en jaque онлайн

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La conversación se vio interrumpida por un cuidacoches, quien, al ver que el vehículo estaba en el medio de la calle y con las balizas puestas, se acercó, golpeó el vidrio de la puerta del conductor y dijo: “Caballero, ¿cómo anda?”, y le hizo seña con la mano para que moviera el auto. D’Alessio le indicó que en unos segundos se iría, a lo que el trapito le retrucó: “Por lo visto o no sabe manejar o no sabe estacionar, una de dos, no sé”.

Soy director de la DEA12, ya me voy”, le respondió con menos paciencia y una mirada amenazante. El joven no entendió la respuesta y volvió a preguntar: “¿Entonces no sabe estacionar?”. “Manejo a seis mil personas en el país. Quedate tranquilo, ya me voy”, le dijo Marcelo Sebastián mirándolo fijo. Sin más palabras el cuidacoches, que solo buscaba ganarse unos pesos, se alejó del vehículo. Etchebest aprovechó la oportunidad, se despidió de D’Alessio y le prometió que al día siguiente tendría una buena parte de lo acordado.

Efectivamente el 18 de enero el chacarero viajó a Mar del Plata y se reunió con Diego Giménez, un prestamista y amigo desde hace más de 20 años. Le pidió un solo favor: que en caso de llamarlo D’Alessio le dijera que recién el 10 de febrero iba a tener los U$100.000 que Etchebest le había pedido. Giménez le aseguró que diría todo lo necesario para devolverle la calma a su estimado.

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