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«A ti…

La debilidad y el aburrimiento no son buenos compañeros de viaje, deséchalos, no ocultes la felicidad y alegría que tienes escondidas. Lo sé, la falta de confianza arraigada en tu alma, en tu profundo e inquieto espíritu, te frena subir al lugar que te pertenece y deseas estar. Despierta, dale paso a la convivencia, lealtad, amistad y bienestar. Agradece cuanto te rodee y palpes, no cierres los ojos, abre tu puerta de par en par y que la luz penetre iluminando todo tu ser».

¡Cuánta verdad encierran sus palabras! La deuda que tengo con usted creo que siempre quedará pendiente, no tiene precio, y no me refiero a lo económico (que, de paso sea dicho, fue muy espléndida), sino al haber conseguido iluminar el sendero que tan distante y oscuro estaba, el que me ha llevado a recuperar mi dignidad.

Siento la ausencia de Capulino, pero sé que está en las mejores manos posibles. Hoy he recordado muchas escenas vividas con él… Cuando me sugirió que lo dejase con usted, tuve mis dudas, pero creo que mi decisión fue la correcta y estoy convencido de ello.

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