Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн
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Tras presentarme a una pareja de agradables viejecitos, Paola y Jorge, que atendían el establecimiento, observé que saludaron muy cariñosamente a Nina, quien sacó de su bolso algunos tarros con hierbas y unos cuantos frascos con jarabes, que les entregó. Mientras los tres hablaban, yo me movía por aquel pequeño espacio curioseando la diversidad de los artículos que, perfectamente colocados en las estanterías, se ofrecían a los posibles compradores. Tenía en mis manos una de las caracolas y, sin poder resistir su atracción y la llamada de mi recuerdo infantil, me la llevé al oído. Estaba intentando conectar con alguna sirena de las profundidades, de aquellas que recordaba del libro de mi abuela, cuando sentí que la sirena terrestre, detrás de mí, rodeaba con sus brazos mi cintura y acercaba su boca a mi oreja libre.
—¿Aló? ¿Dígame?… Mmm, creo que no hay cobertura.
A pesar de que estaba en situación de alerta, esperando en cualquier momento algún que otro gesto burlón de provocación y coqueteo, consiguió sorprenderme, pues mi mente estaba en aquel momento en la alcoba de mi abuela, de donde salí bruscamente al sentir sus brazos, sus labios rozando mi oreja y, sobre todo, el contacto de sus pechos en mi espalda. Me quedé completamente inmóvil, incapaz de reaccionar, pero a la vez deleitándome con la cercanía de su cuerpo. Tras unos segundos, solté una risa nerviosa. Nina también se rio, pero no se movió, y yo tampoco. Mi cuerpo se negaba, mi mente se olvidó por un momento de aquello de la edad y mis duendes danzaban como locos dentro de mi estómago. Tras varios segundos más, dejé la caracola en la estantería y puse mis manos sobre las suyas, intentando eternizar aquel instante. Nina se apretó más contra mí, o me apretó más contra ella, y yo acaricié sus manos a la vez que sentía una leve sensación de mareo. Finalmente, sentí sus labios recorriendo mi cuello y, lentamente, me volví sin que ella dejase de rodear mi cintura con sus brazos… Y en ese momento maldije, supongo que ella también, el ruido de las campanillas indicando que alguien había entrado en la tienda. Un poco perezosamente nos separamos mientras nos besábamos con los ojos y el deseo nos envolvía en una burbuja invisible.