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Aquel tintineo rompió la magia del momento, aunque cuando salimos a la calle tras despedirnos de Jorge y Paola, que habían salido de la trastienda al oír la campanilla, fui consciente otra vez de mis recelos y agradecí que lo hiciera. Caminamos en dirección a la plaza, aún dentro de aquella burbuja, de la que yo intentaba salir con toda mi fuerza de voluntad y raciocinio. Nina me cogió de la mano y yo entrelacé mis dedos con los suyos, pero después, suavemente, me solté y sin decir una palabra llegamos a la biblioteca.

Mientras el joven que atendía al público, principalmente estudiantes, tras un pequeño mostrador con un ordenador encima cogía mis tres libros y tomaba nota de la devolución, nos miramos. Nina me sonrió con ternura y susurró muy despacio:

—Cuando la magia es verdadera, siempre vuelve.

La voz del bibliotecario me salvó, porque no sabía ni qué responder. En realidad, no estaba en disposición de hacer ni decir nada. Por un lado, me sentía enormemente feliz. La deseaba como nunca había deseado a nadie anteriormente, maldije la interrupción de la tienda justo cuando iba a besarla y deseaba que volviera a surgir una nueva ocasión. Pero, por el lado contrario, mi mente racional y cobarde volvió a entregarse a mis miedos. De nuevo la barrera de la edad, de nuevo mi pensamiento obsesivo de que aquello no tenía ninguna posibilidad, porque pensaba que lo de Nina no era más que un capricho que solo me haría sufrir. En aquel momento, sentí lo que llamamos tiempo de una manera espantosa, así como una soledad y una tristeza tan profundas que no pude evitar un conato de lágrimas.

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