Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн
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«Solo me faltaba esto, que Amanda me someta al tercer grado cuando estemos a solas. Además, no ha pasado nada y no voy a descubrir mis sentimientos a nadie», pensé.
En ese momento recordé las palabras de Nina: «Los niños fluyen, los adultos esconden». Sin embargo, a pesar de mi relajación, quizás demasiada, porque no me daba cuenta de que mi locuacidad era en realidad una salida al nerviosismo que tenía acumulado, no me encontraba en disposición de abrirme tanto como para llegar a exponer mis emociones, aunque fuese a Amanda. En el fondo, pensar en ello me daba vergüenza. Otra vez los fantasmas de la edad… Alejé aquellos pensamientos y me concentré en la conversación.
Al acabar la comida dimos un paseo por la ciudad y regresamos a casa. El camino de vuelta fue bastante más distendido, aunque las curvas y el traqueteo de la furgoneta facilitaban el contacto entre nuestros brazos y piernas. A veces, aprovechando algún silencio en las conversaciones, cerraba los ojos para sentir con más intensidad la proximidad de nuestros cuerpos y no hice ni el más mínimo movimiento para separarme de ella. Nina, por supuesto, tampoco y de vez en cuando hacía que me estremeciese al sentir su mano descansar plácidamente sobre mi pierna mientras sus dedos se movían acariciándola. Volví a sentir de nuevo oleadas de deseo y adivinaba el de ella a través de sus dedos. No pude resistirme y puse mi mano sobre la suya. Nina la volvió y las entrelazamos, apretándonos aún más la una contra la otra. Así permanecimos, como dos adolescentes, hasta la entrada de la aldea.