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Nunca he levitado, pero creo que aquella noche, camino de mi casa, lo hice, pues sin darme cuenta ni haber sido consciente del camino recorrido, me encontré frente a mi puerta. Para tratar de calmarme un poco y dominar mi ansiedad, saqué a Tao y Greta y di un largo paseo, pero de calmarme, nada de nada. Me sentía arder por dentro. Ya en la cama, no conseguía dormir. Rememoraba, una y otra vez, todo lo que había sucedido aquel día, sobre todo el momento de la caracola. Sentí de nuevo sus labios sobre mi cuello, sus labios sobre los míos en aquella «pequeña pista» fugaz, su mano sobre mi pierna, sus dedos acariciándome… Tengo que confesar, y confieso, que solo conseguí dormirme, cerca ya del amanecer, después de masturbarme pensando en ella.

Me levanté un poco más tarde que de costumbre. Tras una ducha que acabó de despertarme, salí con mis dos perrillos y decidí desayunar en el bar, donde, además de tortas de pan, siempre tenían algún bizcocho y galletas caseras que las familias llevaban de vez en cuando. Yo también solía hacerlo dos o tres veces al mes.

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