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Me encontraba exultante. Era feliz. Mis fantasmas no habían desaparecido realmente. Sabía que continuaban agazapados en algún recoveco de mi mente racional. Sin embargo, en aquellos momentos las emociones me arrastraban, impidiendo que mis temores se manifestasen. Estaba impaciente por ver de nuevo a Nina y, aunque me pasé la mañana paseando por los alrededores y volviendo al bar dos o tres veces, no coincidí con ella. Pensé que pasaría por mi casa aquella tarde, así que me senté en el jardín con un libro, del que no fui capaz de leer ni tres páginas, pero anocheció y Nina no apareció.
Los nervios empezaron a apoderarse de mí. No lo entendía. Había estado esperando verla en cualquier momento y el día había terminado en decepción.
«¿Por qué…? ¿Por qué no me ha buscado?», me pregunté.
Intenté sosegarme. Algo habría pasado para que Nina no se hubiese presentado. No podía dejar que las dudas empezasen a adueñarse otra vez de mí.
«También podía haberme acercado yo por su casa», pensé.
La verdad es que estuve a punto de hacerlo cuando vi que anochecía y Nina no había dado señales de vida, pero recordé a su madre y no quise presentarme a aquellas horas. Pero ¿y si había pasado algo?