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Salí al huerto para mirar hacia la vivienda de Yanira, pero no vi a nadie. Entré a prepararme algo de comida, esperando que por la tarde Nina apareciera, pero la tarde pasó y nadie llamó a la puerta. Sobre las siete me di otra vuelta por el bar. Por fin, allí estaba Amanda, haciendo juegos con los niños. Nos saludamos y me senté un rato con ella, pero ni vestigios de Nina. Quería preguntarle, pero por esa tonta idea de que pudiera sospechar algo no lo hice y otra vez, con la frustración a cuestas, me fui para casa. Ya no sabía qué pensar y se había hecho tarde para acercarme a la suya. En realidad, me resistía a hacerlo, pues esperaba que ella me buscase. No comprendía, después de lo que había ocurrido, que al día siguiente no lo hubiese hecho.

«¿Me estará poniendo a prueba?», me pregunté. «¿Pero qué clase de prueba? ¿Qué pretende? ¿Que dé yo el paso? ¿Pero qué paso? La cosa quedó muy clara la otra noche. Lo único que había que hacer al día siguiente era buscarnos para exteriorizar y compartir nuestros sentimientos, nuestro deseo».

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