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El jefe de grupo mientras fumaba se paseaba entre los voluntarios y los padres que los despedían. Daba órdenes, entraba y salía de los buses. Sabía que estaba siendo observado por todos y esas miradas atentas le inflaban las plumas de pavo real, lo impulsaban a salir de sus muy ocultas timideces. Fue así como justo antes que los equipos subieran a los buses y se instalaran en los asientos, la estrenada monitora escuchó su nombre desde la puerta uno de ellos. De lejos respondió:
–¿Para qué me necesitas?
El hombre agitaba y hacía un gesto de arrastre con la mano. Insistía una y otra vez haciéndose notar. No tuvo más que acercarse.
–Necesito preguntarte algo. Algo privado –dijo respirando inquieto con un toque de malicia en su rostro.
–No me parece buena idea que sea dentro del bus. –Se opuso la monitora con cierta desconfianza. No quería estar a solas con él.
–Es solo un minuto, acércate y te explico.
–Todos esperan subir y a los apoderados no les gusta esperar –dijo en voz alta sin entender cómo no comprendía que la situación no era la adecuada para asuntos personales.