Читать книгу Salvados para servir онлайн

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No había vivienda para el nuevo médico recién llegado, así que el sanatorio nos alojó en una habitación de lo que ahora es la Enfermería B. Allí estuvimos muy bien, pues ni siquiera habíamos traído mudanza. La pancita de Jenny ya estaba bastante grande, pues habíamos hecho los cálculos para que nuestro bebé no tuviera que pasar hambre, como hijo de estudiantes pobres.

Hacía tiempo que, como practicante de urgencias en la Asistencia Pública de La Plata, yo tenía una guardia de 24 horas un día por semana. Ahora las cosas habían cambiado. Éramos solo dos médicos así que cada uno estaba de guardia ¡24 horas cada 48! ¡Cuánto aprendí del Dr. Drachenberg! Lo primero realmente nuevo fue hacer amigdalectomías. En los adultos las realizábamos con anestesia local y el paciente sentado frente al cirujano; en los niños, con anestesia general, a cargo de los anestesistas Oreste Biaggi y Miguel Esparcia, que eran también técnicos en rayos X y en laboratorio. También hacíamos apendicectomías.

Recuerdo que un día, ya tenía hecha la laparotomía (corte de la pared abdominal que permite entrar a la cavidad del abdomen) pero no encontraba el apéndice. Entonces, en mi desesperación, pedí que lo llamaran al Dr. Westphal. Bondadosamente y bien pronto estuvo lavado, vestido y junto a la mesa de operaciones. Metió su dedo experimentado en la cavidad abdominal, revolvió un poco y me dijo: “Aquí está”. Era un apéndice retrocecal ascendente. Ya estaba a la vista, y seguí tranquilo haciendo la apendicectomía.

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