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Se estaba acercando el final de mi carrera de Medicina, y también Jenny estaba terminando Enfermería, y a menudo nos preguntábamos dónde iríamos a trabajar. Era nuestro sueño ir a la Patagonia para abrir una nueva institución médica adventista. Al menos ya habíamos comprado un microscopio, portaobjetos, cuentaglóbulos y una lanceta para tomar muestras de sangre. Jenny se había dejado pinchar el dedo más de una vez, y yo había aprendido a contar muy bien los glóbulos rojos y también los blancos. Por supuesto, la compra se había realizado mediante un préstamo bancario y un pago mensual de las cuotas.

Una tarde vino a visitarnos al Hogar de Estudiantes Universitarios el Dr. Carlos Westphal, director del Sanatorio Adventista del Plata, y me dijo:

–Lo estamos invitando para que, en cuanto termine sus estudios, venga como médico al Sanatorio Adventista del Plata, en Puiggari.

–Sí, doctor, pero yo primero quiero aprender cirugía –fue mi respuesta.

–Tiene razón, no cometa la locura que cometí yo, de ir a “enterrarme” a Puiggari –fue su comentario.

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