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Esa era y es mi convicción, y con entusiasmo quise compartirla con el letrado rabino. Le dejé el papel con el gráfico de la profecía y al siguiente sábado, por supuesto, volvimos a visitarlo. ¡Qué desilusión! Nos dijo: “Estas cábalas numéricas no tienen ninguna importancia”.

Cuán cierto es lo que nos dejó escrito San Pablo en 2 Corintios 4:4 y 6: “En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo [… ] Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.

En otra ocasión, nos encontramos en la calle con un hombre español. Le mostramos la Biblia que teníamos, y le ofrecimos estudiarla con él. Rechazando totalmente nuestro ofrecimiento, nos dijo: “La Biblia es un libro malo, dice que la virgen María era una prostituta”. Era evidente que había emigrado de España en la época posinquisición.

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