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Yo tenía el subterráneo metropolitano a pocos metros, en Plaza Italia, para llegar en minutos a la estación Facultad de Medicina. ¡Mejor, imposible! Fue maravilloso el tiempo que compartimos con el Pr. Peverini. Creo que en su soledad, él también disfrutó de nosotros.

Un día lo vimos muy preocupado, era un secreto eclesiástico, pero nos tenía confianza y ante nuestra promesa de guardar silencio, nos lo contó. Había llegado a manos de un jefe militar de alto mando, un ejemplar de la revista adventista Juventud en la que se mencionaba el hecho de que los jóvenes adventistas no deberían portar armas. Este jefe militar, sin duda mal asesorado, había iniciado un trámite judicial que podría culminar con un decreto que pusiera fuera de ley a la Iglesia Adventista y todas sus instituciones.

¿Cómo lo supo el Pr. Peverini? Un empleado administrativo de las Fuerzas Armadas tuvo acceso al expediente en curso, y se ofreció para darle al Pr. Peverini, como presidente de la Asociación Bonaerense de la Iglesia Adventista, una copia del expediente, a cambio de que le pagaran varios miles de pesos, “porque corría el riesgo de perder su puesto si sus superiores se enteraban”.

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