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El Dr. Zerillo era endocrinólogo y con frecuencia indicaba un estudio de metabolismo basal a sus pacientes. En la Asistencia Pública había un aparato para medir el metabolismo basal, y yo tenía que llevarlo a su consultorio y allí hacerles el estudio a sus pacientes. A veces me pedía que fuera de noche a otro consultorio, para escribir algunos datos en las historias clínicas. Y me encargó también la cobranza de la cuota mensual del Comité Peronista, del cual, supongo, él era tesorero. Para cumplir con ese trabajo, yo tenía que recorrer cada mes, en bicicleta, los domicilios de unos veinte miembros del “comité”. Por supuesto, seguía como empleado administrativo trabajando en la oficina del gerente de Asistencia Pública.

Estas tareas me dejaban poco tiempo para estudiar, así que para librarme de todos esos compromisos laborales, un día pensé en pedirle al director algo imposible, una locura: que en vez de empleado administrativo, me pasara a practicante de urgencias.

Los practicantes de urgencias hacían un día de guardia por semana, desde las 8 de un día hasta las 8 del día siguiente. Eran 24 horas corridas. Yo estaba ya en el cuarto año de Medicina y si podía conseguir ese cambio en mi actividad laboral, me pasaría a la Universidad de Buenos Aires para estar seguro de que no me daría otra tarea extra, y entonces ¡sí tendría tiempo para estudiar!

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