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Al fin junté coraje y decidí ir a la casa del Dr. Zerillo para hacerle este pedido. Sabía la dirección, pero nunca había estado allí. Fui caminando, pero al llegar frente a la puerta, no me animé a tocar el timbre y seguí caminando hasta la esquina. Allí me vino de nuevo a la mente el verso 5 del Salmo 37: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará”. Así que volví la media cuadra que había caminado de más, y rápidamente, antes de arrepentirme, toqué el timbre. Salió a recibirme el Dr. Zerillo. Al abrir la puerta, me dio la mano y me dijo: “Qué milagro, tú por aquí. Pasa, ¿qué quieres?”

Me hizo tomar asiento, y él se sentó en un sillón. Entonces le expliqué mi problema: la falta de tiempo para estudiar, mi deseo de ser cirujano y médico misionero y mi convicción de que, para lograrlo, convenía que pidiera el pase de la Universidad de La Plata a la de Buenos Aires, y que para que todo eso fuera posible le pedía a él un favor: que me pasara de empleado administrativo a practicante de urgencias y que me pusiera en la guardia del jueves, porque el jefe de guardia del jueves era el Dr. Abella, un excelente cirujano.

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