Читать книгу Sin miedos ni cadenas. Lecturas devocionales para damas онлайн
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El legalismo es transaccional; no nos humilla con gracia inmerecida. El legalismo es práctico; simplifica cualquier situación a blanco y negro, y evita así disonancias cognitivas. “Muchos usamos al legalismo como una muleta espiritual”, escribe Sharon Hodde Miller en Nice [Agradable]. “Preferimos categorías claras y ordenadas que no requieran que pensemos, que confiemos, que caminemos en la fe o que nos ensuciemos las uñas”. Aunque Dios nos llama a orar, a leer la Biblia y a obedecer, estas disciplinas espirituales no son herramientas para controlar los resultados. Son formas de acercarnos a Dios, aceptando el misterio y complejidad que esto implica.
Para renunciar al legalismo debemos aceptar nuestra vulnerabilidad y absoluta dependencia. Abrir el corazón a la gracia implica perder la ilusión del control. “Por definición, no podemos ‘calificar’ para obtener gracia de ninguna manera, por ningún medio o mediante ninguna acción”, escribe Sinclair Ferguson en El Cristo completo. “Por lo tanto, comprender la gracia de Dios, es decir, comprender a Dios mismo, es lo que desmorona al legalismo”. La gracia es el único antídoto eficaz. La gracia transforma nuestra imagen de nosotras mismas y la imagen que tenemos de Dios. La gracia nos revela que Dios no es un ser punitivo e iracundo que debe ser aplacado, sino un padre amante. La gracia de Dios es una fuerza implacable; no podemos domesticarla ni manipularla. Sin embargo, si nos dejamos llevar por su caudal, descubriremos una libertad y belleza insospechadas.