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Mirta
8 de febrero
La casita flotante
“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12, NVI).
Es una bella ciudad, calurosa por su clima y por el cariño de su gente. Su paisaje es pintoresco, su vegetación impresionante, y su exótica comida encanta a todo el que visita Iquitos, capital de la Amazonia peruana. Pero esto no es lo más importante. Lo mejor de esta ciudad es el testimonio de vidas de abnegación, compasión y bondad que dejó una familia misionera que dedicó muchos años de sus vidas al servicio de los indígenas.
Sintiendo el llamado de Dios y la seguridad de haber sido escogidos para un propósito especial, Fernando y Ana Stahl, junto a sus dos hijos, Frena (15 años) y Wallace (4 años), estuvieron dispuestos a dejarlo todo. Sin saber nada de español partieron desde Nueva York hacia Perú.
En 1926, construyeron una casa flotante de madera a orillas del río Itaya y destinaron una de las habitaciones como dispensario médico. Ana y Fernando habían sido entrenados como enfermeros y fueron los primeros profesionales de salud en atender a los enfermos en esa región sin tener en cuenta raza, color de piel o nivel social.