Читать книгу Nuestro maravilloso Dios онлайн

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Jesús vio en este hombre lo que los demás no veían: su rostro. Y en ese rostro pudo ver el dolor y el sufrimiento de un ser que era prácticamente invisible para la multitud. Este es uno de los atributos singulares de nuestro Señor: nadie es invisible para él. No importa cuán grande fuera la multitud, o cuán difíciles las circunstancias que lo rodearan, él siempre veía rostros; veía seres humanos; veía a hijos e hijas de Dios.

No hace mucho leí una experiencia que vivió el autor Mark Buchanan que ilustra bien este punto. Mark había sido invitado para que hablara a personas que estaban luchando con diferentes adicciones. Como pastor, él había planificado predicar un sermón apropiado para ese tipo de público y al final, como de costumbre, hacer una aplicación espiritual.

Cuenta Mark que, cuando llegó al salón, solo vio a un grupo de adictos al sexo, al alcohol, a las drogas... Entonces ocurrió algo que cambió radicalmente su percepción. El director del grupo pidió a cada persona que dijera su nombre y la razón por la cual estaba ahí. Cada uno dio su nombre y brevemente habló de sus luchas, de sus fracasos, de sus aspiraciones. Al instante, el cuadro cambió; en lugar de un grupo de adictos, Mark vio rostros, vio seres humanos con profundas necesidades. Entonces también cambió por completo el enfoque de su sermón. En lugar de hablar a un grupo de adictos, habló a personas, a hijos e hijas de Dios que desesperadamente estaban tratando de encontrar un punto de apoyo para su vida (Your God Is Too Safe, p. 156).

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