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El nombre de este desconocido personaje bíblico solamente se menciona en dos versículos (Juec. 3:31; 5:6), ¡pero qué lecciones tan valiosas nos enseña! La primera lección que salta a la vista es que cuando le llegó el llamado de Dios para liberar a su pueblo, Samgar estaba listo. No pidió pruebas ni señales, ni tampoco alegó ningún tipo de excusas para liberarse de la responsabilidad. Hizo lo que debía hacer, ¡y en qué forma!

La segunda lección no es menos importante. Samgar usó lo que tenía a la mano: “Una vara para arrear bueyes” (Juec. 3:31, NVI). Y con ella hirió a seiscientos filisteos. Aunque se trataba de un arma ordinaria, esa aguijada de bueyes logró más con la bendición de Dios de lo que sin la bendición de Dios logró la espada de Goliat (Matthew Henry’s Commentary in One Volume, p. 245).

No dudo en absoluto de que, ese día, fue el poder de Dios lo que permitió a Samgar lograr semejante proeza. Pero tampoco dudo de que ese día el poder de Dios se manifestó de manera tan portentosa en Israel porque encontró en Samgar un instrumento dispuesto e idóneo.

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