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Cuenta el pastor H. M. S. Richards que a un niño, de nombre Guillermo, lo hospitalizaron para extraerle un pedazo de hueso de un brazo. La operación fue todo un éxito, después de varios días el niño se recuperó. Antes de ser dado de alta, Guillermito pidió hablar con el médico que lo había operado.

–¿Querías hablar conmigo? –le preguntó el cirujano a Guillermito.

En lugar de responder, Guillermito alzó su brazo todo lo que pudo, hasta alcanzar el hombro del cirujano. Luego, con su rostro radiante de felicidad, dijo:

–Nunca me cansaré de hablarle de usted a mi mamá.

¡Así habla un corazón agradecido! Por esa razón el apóstol Pablo nunca se cansó de hablar de su Salvador, cualesquiera que fueran sus circunstancias. Y por esa misma razón yo también digo hoy: “Bendito Salvador, nunca me cansaré de hablar de ti”.

Amado Jesús, no importa dónde me encuentre, o cuáles sean mis circunstancias, nunca me cansaré de decir que siempre serás mi mayor tesoro.

24 de enero

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