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22 de enero

Perteneces a Dios

“¿Acaso no saben que su cuerpo es Templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños” (1 Corintios 6:19, NVI).

Uno de mis relatos favoritos de toda la Biblia tiene como protagonista al apóstol Pablo cuando navegaba rumbo a Italia para comparecer ante el César. Un centurión de nombre Julio representaba a la autoridad romana, y la nave trasportaba a unas 276 personas.

Según el relato de Lucas, la nave se desplazaba bajo una suave brisa, cuando repentinamente se desató un viento huracanado procedente de Creta. La tempestad embistió con tal fuerza a la nave que los marineros nada pudieron hacer, excepto dejarse arrastrar hacia donde los vientos los llevaran. Pasaron varios días sin que pudieran ver el sol ni las estrellas, y la situación se tornó tan crítica que en un momento dado tuvieron que arrojar al mar la carga, con el fin de aligerar la nave.

Ya habían pasado catorce días en medio del agitado mar, cuando el apóstol Pablo, poniéndose de pie, se dirigió a los descorazonados viajeros. ¿Qué les dijo, en un momento en el que toda esperanza de salvación se había extinguido?

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