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–Will, tu deuda es más grande que tú, pero no más grande que nosotros. Tu madre y yo estamos contentos de decirte que no nos debes absolutamente nada.

–¡De ninguna manera! –respondió Will–. ¡No pueden hacer eso!

–Claro que podemos, y ya lo hemos hecho –replicó Gibson.

Con lágrimas en sus ojos, el muchacho aceptó el perdón, y así fue liberado de su enorme deuda. Pero entonces ocurrió algo interesante: “Antes de saber que había sido perdonado”, escribe Gibson, “el sentido de culpabilidad impulsaba a Will a pagar una deuda impagable; pero ahora que el perdón lo había liberado de toda obligación, el sentido de gratitud lo impulsaba a restaurar el daño que nos había causado”. Fue así como, por gratitud, Will se las arregló para conseguir un trabajo durante el verano que le permitió comprar un automóvil a sus padres (Shades of Graces, p. 125).

¿Algún parecido con lo que Dios ha hecho por ti y por mí? Por nuestros pecados, adquirimos una deuda que era más grande que nosotros, pero no más grande que su amor. Por eso Dios, en lugar de darnos el castigo que merecíamos, entregó a su Hijo, y nos otorgó el perdón que no merecíamos. Ahora lo obedecemos por amor, al haber comprendido lo que ha hecho por nosotros.

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