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¿Puede haber mejor noticia para el pecador que saber que su caso será revisado no por un juez implacable, sino por un Dios misericordioso? Esta preciosa lección la encontramos en un antiguo relato que cuenta H. M. S. Richards (“The Promises of God”, Review and Herald, 2004, p. 207). Es la historia de un buen hombre que, en medio de una severa crisis espiritual, había acudido al pastor Alexander Whyte (1836-1921) en busca de ayuda.

–¿Tiene usted alguna palabra de ánimo para un viejo pecador? –preguntó el hombre.

El pedido sorprendió al Pr. Whyte, porque esta persona era muy activa en su iglesia, y había ayudado a mucha gente en necesidad. Entonces Whyte se le acercó y, poniendo la mano sobre su hombro, simplemente le dijo: “Dios se deleita en misericordia”.

Al día siguiente, el Pr. Whyte encontró una carta sobre su escritorio. Decía:

“Querido amigo, nunca dudaré de Cristo otra vez. Yo estaba al borde de la desesperación, pero esa palabra de Dios me consoló. Nunca más dudaré de él otra vez. [...]. Si el enemigo restriega mis pecados en mi rostro, le diré: ‘Todo eso es verdad, y ni siquiera son la mitad de todo lo que he hecho, pero yo he confiado mi vida a Uno que se deleita en misericordia’ ”.

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