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Dicho de otra manera, adorar a Dios significa que reconozco su soberanía, por ser mi Creador; y su derecho de propiedad sobre mí, por ser mi Redentor. Significa que confío en que ese Dios amante siempre desea lo mejor para mí, y que lo obedezco de todo corazón.

¿Falta algo en esta definición de lo que es la verdadera adoración? Aparentemente, nada. Sin embargo, intencionalmente omití la última parte de la cita de Zinke. Ahí ella dice que ese corazón que ha sido quebrantado en el Calvario, que ha muerto al yo y se ha comprometido con el Señor Jesucristo, “no está buscando la realización de sus propios deseos, sino la gloria de su Creador”.

¿Cómo puedo adorar a Dios de un modo que glorifique su nombre? La misma autora nos ayuda a responder, cuando señala que adorar a Dios es darle lo mejor de lo que tenemos: lo mejor de nuestros talentos, de nuestros recursos, de nuestro tiempo. Lo que esto significa es que adoramos a Dios no solamente cuando de rodillas reconocemos su grandeza y majestad, sino también cuando usamos para la gloria de su nombre los talentos que él mismo nos ha dado.

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