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Padre, hoy te doy gracias porque te pertenezco, y porque es mi privilegio servirte. No importa cuán difíciles o desalentadoras parezcan las circunstancias que me rodeen hoy, que en todo momento yo pueda abrigar la convicción de que estás conmigo, y de que no hay en esta vida un privilegio que se compare con el gozo de servirte.
23 de enero
“¡Nunca me cansaré!”
“Oren también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas” (Efesios 6:19, 20, DHH).
Las palabras de nuestro texto de hoy fueron escritas por el apóstol Pablo mientras estaba preso en Roma, alrededor del año 62 d.C., siendo Nerón el emperador. ¿Qué pide el valiente guerrero a sus hermanos efesios? Les pide que oren por él; quiere recibir el poder de Dios, de modo que pueda proclamar valerosamente el nombre de Jesucristo.
¿No es esto asombroso? No pide que oren por su liberación; tampoco pide que oren para que mejoren las condiciones en el lugar donde está recluido. ¡Nada de eso! Pide a sus hermanos que oren para que él pueda proclamar el nombre de Cristo “sin ningún temor” (Efe. 6:20, RVC), como conviene a un “embajador en cadenas”. Lo que el apóstol está diciendo es que no había en este mundo circunstancia alguna que le pudiera impedir hablar de Cristo. ¡Porque en la misma cárcel improvisó un púlpito! Y desde ese púlpito improvisado dio a conocer “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16). Los resultados no se hicieron esperar, como lo indican sus palabras a los filipenses: “Hermanos”, les dice, “quiero que sepan que, en realidad, lo que me ha pasado ha contribuido al avance del evangelio. Es más, se ha hecho evidente a toda la guardia del palacio y a todos los demás que estoy encadenado por causa de Cristo” (Fil. 1:12, 13, NVI). ¡Qué interesante! ¡Hasta los integrantes de la Guardia Imperial llegaron a saber de Cristo y de su plan de salvación!