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2 de febrero

Un corazón limpio y recto

“Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:7).

¿Qué es lo primero que viene a tu mente cuando escuchas el nombre del rey David? Si hiciéramos una encuesta con esa única pregunta, serían muchos los que recordarían su doble pecado, al adulterar con Betsabé y luego propiciar la muerte de Urías.

¡Qué bueno es que Dios vea las cosas desde una perspectiva diferente! Aunque desaprobó de manera rotunda el pecado de David, y lo dejó cosechar sus terribles consecuencias, Dios lo perdonó por completo, según se desprende de la siguiente declaración: “David, mi siervo, que cumplió mis mandamientos y me siguió con todo su corazón, y cuyos hechos fueron rectos a mis ojos” (1 Rey. 14:8).

¡Qué impresionante! ¿Por qué el Señor habla de David en términos que parecen sugerir que nunca pecó? La realidad es que pecó, y gravemente; pero hay por lo menos dos razones que explican por qué Dios llama a David “mi siervo”. En primer lugar, ¿de cuántos otros pecados de David habla la Escritura?

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