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Como ser humano, es obvio que pecó en otras ocasiones, pero parece que la práctica habitual de David era hacer lo recto. Y es la práctica habitual, la tendencia de nuestros actos, lo que revela nuestro carácter, como bien lo indica la siguiente declaración: “El carácter se revela, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y los actos habituales” (El camino a Cristo, p. 56).

La segunda razón por la que Dios lo llama “mi siervo”, no es menos importante: tan serio como fue su pecado, así fue su arrepentimiento. Basta leer, por ejemplo, el Salmo 51 para comprobarlo.

¿Qué podemos aprender de la experiencia del rey David? Que no importa cuán grave sea nuestro pecado, Dios nos perdonará si nos arrepentimos de todo corazón, tal como él promete en su Palabra: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Si has caído en pecado, ahora mismo puedes doblar tus rodillas ante tu Padre celestial y pedirle que tenga piedad de ti; y que, conforme a su misericordia, borre tus rebeliones. El resultado será que la sangre de Jesucristo, su Hijo, te limpiará de todo pecado, y te dará un corazón limpio y recto.

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