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–Era tu amigo, ¿verdad?

De inmediato, Tony se dio cuenta de que estaba en aprietos. ¿Le diría que él había llegado ahí por accidente? ¿O le mentiría, para que ella no pensara que su esposo había muerto sin amigos? Tony optó por lo segundo.

–Su esposo era un buen hombre –le dijo.

Ese día Tony acompañó a la ancianita durante todo el servicio fúnebre. Fue con ella al cementerio y regresó con ella a la funeraria, pero ya no pudo ocultar más la verdad. Le dijo que quería ser su amigo, pero para poder serlo debía decirle la verdad.

–Yo no conocía a su esposo. Llegué a su funeral por accidente.

–Nunca sabrás –respondió ella, mientras apretaba su mano con fuerza – lo mucho que tu presencia ha significado hoy para mí.

Cuenta Tony que ese día, mientras iba de regreso a casa, lo embargó un sentimiento de gozo, y con razón. No solo lo había conmovido el dolor de la viuda, sino además había hecho algo para aliviar su tristeza. Entonces a su mente vino nuestro texto para hoy: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo” (You Can Make a Difference, p. 19).

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